domingo, 9 de enero de 2011

Cap. 2: Camino a Quanta



La soledad es fantástica cuando se experimenta en un campo abierto, sin paredes ni techos que le consuman a uno el espíritu. El escenario por el que viajan Londra y Xandor se presta para lacerar los sentidos en medio de una oscuridad plena, desde donde el Universo no puede esconderse.

El desarollo urbano nos limita aceleradamente las posibilidades reales de conocer ese Universo que posa gratuitamente para nosotros. Los faros de las ciudades apuntan hacia el cielo en lugar de hacerlo hacia el suelo.

El escenario descrito no es casual, es necesario. Hay que viajar al campo, alejarse de las luces de la ciudad y ver el cielo como realmente hay que verlo. Procuro hacerlo con frecuencia y resulta ser un magnífico tonificante.

Este capítulo se sucede en otro lugar. No puedo expresar su ubicación ni en kilómetros ni en tiempo porque son otras leyes físicas las que explican su existencia.

Quanta representa una razón dónde enfocar la sensibilidad que por naturaleza, es propia del ser racional. De ahí la peregrinación por el largo camino, el esfuerzo, la imponencia de una inmensa marejada de habitantes subiendo una montaña.

Los caminos tortuosos traen consigo recompensas, quizás no por designios divinos, puede ser que se trate de una mera consecuencia de tantos procesos reincidentes en la naturaleza. Cuando las dos lunas aparecieron en el cielo, el momento fue indescriptible. Con frecuencia trato de imaginar ese instante, solo imaginarlo, sin poderlo percibir, aunque el Universo esté repleto de escenarios similares ... lejos de aquí.

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